BENEDICTO Y SUS MERCADERES

Un millón de euros. Eso es lo que cuesta el gran escenario que terminan de preparar para la Vigilia del Papa en el aeródromo de Cuatro Vientos. Un millón de euros… Tal vez ahora debería empezar a hablar del dinero que nos cuesta a todos esta gran visita “pastoral”. Pero no lo haré. No lo haré porque hoy no me importa solamente quién paga el importe. Me importa el dinero en sí.
La visita del Papa cuesta en total 50 millones de euros, salidos de las arcas de la Iglesia, de donaciones particulares, peregrinos, empresas patrocinadoras que reciben bonificaciones fiscales del Estado y de las propias ventajas que ofrece la Administración Pública. No me importa el “turismo” ni los beneficios que, según el alcalde Gallardón, traerán a la capital madrileña. Hay algo que me inquieta mucho más: cuál es el argumento que puede esgrimir la mayor asociación religiosa del planeta para gastar el dinero de este modo, en contra de la propia doctrina de pobreza, humildad y ayuda al prójimo que su fe proclama. Cuántas personas necesitadas, desahuciados y enfermos podrían ser ayudados con ese dinero. Cuántos servicios sociales podrían ser cubiertos. Sin embargo Benedicto y sus mercaderes llegan a España una vez más como lo haría la más excéntrica de las estrellas del rock. Como el Michael Jackson de las religiones.
La puerta de Alcalá se cubre de flores amarillas y blancas, colores oficiales del Vaticano. El rostro de Benedicto XVI se prodiga en platos y monedas conmemorativas, en piruletas y en bombones. Hasta papel higiénico para la ocasión, amarillo y blanco, en edición especial por la llegada del pontífice. Todo un despropósito del merchandising.
En la calle, mientras tanto, la gente pierde sus casas por la presión de las hipotecas. Cada día más desahucios, cada día más paro. Cada día más pobreza y más dificultades. Y mientras pedimos responsabilidades a nuestros políticos, mientras pedimos a gobernantes de aquí y de allá una gran reforma del sistema, una reducción del gasto público y
la supresión de privilegios, la “mayor autoridad moral” del planeta llega en vuelo privado a Madrid y se pasea entre multitudes cegadas por su riqueza y boato, contra toda ley cristiana.
Nadie rechista. Reyes y políticos lo reciben y halagan ante nuestros ojos atónitos. “Es un acto privado” se escucha. Es el “jefe de un estado” nos dicen. Lo que no dicen es que es un estado no democrático, no igualitario, misógino, homófobo, y que no contempla muchos de los derechos fundamentales proclamados por Naciones Unidas. ¿Se imaginan a nuestros políticos defendiendo la labor de algún otro dictador del género? La visita del Papa, sin embargo, es uno de los actos declarados por el gobierno como Acto de Especial Interés Público. Un millón de personas, venidas de 193 países, conforman el público pontificio.
Según los últimos barómetros del CIS, ya sólo el 50% de los jóvenes españoles se declaran católicos. El número de católicos practicantes es mucho menor. Incluso entre los creyentes, el rechazo a muchos postulados terrenales de la iglesia ya es mayoritario en España, según el último macrosondeo del CIS sobre religión, de 2008. Entre los jóvenes, la oposición es altísima y ronda el 80% en el uso del preservativo, en las relaciones sexuales prematrimoniales o en el divorcio. Pero la oposición es ya mayoritaria en el conjunto de la población en todos los temas planteados: además de los tres citados, bodas gays, relaciones entre homosexuales, aborto, adopción de niños por parejas homosexuales y matrimonio entre sacerdotes. Todo esto me lleva a una simple conclusión: ni siquiera los que participan en las JMJ están de acuerdo con los postulados de la Iglesia a la que dicen pertenecer. Y dice Benedicto que es difícil ser cristiano en estos tiempos. Pienso, sí, realmente debe serlo, porque poco se parece esta Iglesia a aquella que fundaran unos cuantos revolucionarios en contra del poder de Roma, hace ya unos dos mil años.