LOS TRES OCHOS

No nos dejan salir. La manifestación ha terminado y la confluencia de Passeig de Gràcia con plaza Catalunya está hasta los topes. El escenario en el que ha tenido lugar el discurso final ocupa toda la calzada. En el lateral, un cordón policial de mossos de esquadra impide el paso hacia la plaza. Intento abrirme paso, parece que hay un pequeño pasillo por donde se cuela la gente como la arena de un reloj. Los mossos se muestran impasibles, como robots siguiendo las órdenes de un mando a distancia. Empiezan los silbidos. La gente hace fotos. Una calle llena a rebosar y la policía cerrando el paso. No entiendo nada. Dan ganas de plantarles cara, pero prefiero llegar a casa con la mía intacta, así que decido dar media vuelta y rodear la manzana. El paseo se vacía rápidamente, la manifestación ha sido muy tranquila, silenciosa. Ni rastro del humo negro que una hora antes llenaba el cielo de la Gran Via.
La curiosidad me lleva a volver hacia plaza Catalunya para averiguar cuál es el motivo del despliegue policial. Entro desde Rambla Catalunya y veo que las furgonetas cierran la calle rodeando el edificio de Banesto, okupado desde el pasado sábado. Impreso sobre la fachada se alza el grito: "Això no és crisi, s'en diu capitalisme"(esto no es crisis, se llama capitalismo). Aún no entiendo nada. Sigo el camino por la calle Pelayo y, a medida que me acerco a Universitat, se va haciendo más difícil esquivar los cristales rotos, los contenedores tumbados y arrastrados sobre el asfalto, las pintadas, las basuras, los restos de pequeñas hogueras... Una escenografía del desastre perfectamente diseñada y ejecutada.
Al llegar a casa enciendo la televisión y me empapo de noticieros y noticiarios. En la pantalla se destacan los "actos vandálicos" que han marcado la jornada en Barcelona. Un coche de policía quemado, el edificio de Banesto desalojado por, según dicen, albergar a los presuntos incendiarios. Policías y delincuentes han pasado el día jugando al gato y al ratón por el centro de la ciudad. El rastro de los ratones era fácil de seguir, por donde pasaban iban dejando una estela de humo negro betunoso y migas de cristal. El del gato también, marcado en las pieles magulladas de vándalos y transeúntes osados. En los distintos medios se califica a los bárbaros de jóvenes "antisistema", algo que yo no comparto. Para mí sólo son pequeños delincuentes, terroristas de manifestación que se amparan en la multitud ocultando sus rostros, de ideología incierta y dudosa.
Ser antisistema es otra cosa. Ser antisistema es querer cambiarlo todo, trabajar desde el descontento de quien teme un futuro triste e injusto para conseguir un mundo mejor. Ser antisistema es construir, no destruir. Estar contra el capitalismo es fácil, pero es más difícil proponer nuevos sistemas, nuevas ideas, nuevos modelos de sociedad para alcanzar una Arcadia perdida en el tiempo. Seguramente somos muchos los que esperamos una sociedad más justa, más igualitaria, más democrática, más participativa. Queremos acabar con la pobreza, la discriminación, la injusticia, la dictadura, la represión... y, sin embargo, no reventamos cristales. No quemamos contenedores. Tampoco nos quedamos en casa. Queremos que nuestras voces se oigan cuando los que nos representan han dejado de representarnos. Queremos que sepan que no estamos dispuestos a caminar hacia atrás. Cuando nos bajan el sueldo, las pensiones, cuando se abarata el despido o se incita a la contratación eventual todos somos un poco más pobres. Y el mundo es un poco más injusto porque los ricos siguen siendo ricos y los poderosos siguen en sus sucursales, en sus tronos, en sus púlpitos, en sus escaños de poder.
Me acuerdo de todos aquellos que tiempo atrás lucharon por conseguir la máxima de los tres ochos (8 horas para trabajar, 8 para dormir, 8 para "vivir"), el descanso dominical o la cobertura sanitaria. ¿Cómo sería el mundo de hoy si se hubieran quedado en casa, si hubieran seguido trabajando por no renunciar a un día de ese sueldo que tanto necesitaban? Ellos creyeron en un mundo mejor. Sigue estando en nuestras manos el poder de conseguirlo. Por eso hoy había que salir a la calle.
29/09/10 Huelga General

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